Recuerdo en la ciudad de Chicago en el año 2017 cuando visité la Torre Willis, el edificio más grande de la ciudad. Uno de los rascacielos mas impresionantes que he visto en mi vida. El edificio tiene una atracción en particular que es el Skydeck, ubicado en el piso 103 con un balcón completamente de vidrio, así es ¡el piso es transparente! Los turistas hacen una fila para poder pararse en este suelo y vivir la adrenalina. La fila la hice con una amiga mía. La muy atrevida cuando le tocó posar, recuerdo que se revolcaba en el suelo, hacia mil poses sin ningún tipo de miedo y yo tomándole fotos desde afuera en la fila pensaba: ‘’¿Como puede ésta estar tan tranquila y yo aquí tomando fotos queriendo vomitar del miedo porque me toca después?’’ Seguido del photoshoot, le toca a su servidor vivir la experiencia…puse un pie dentro de la plataforma y de repente me congelé. Me paralicé enfrente de todo el mundo, dentro del parálisis comenzó el monologo interno, aquel que debatía entre echarme para atrás o poner el segundo pie y seguir con la aventura. Rectifiqué y seguí con el plan original. Una vez puse mi pie restante dentro de ese espacio comenzaron más dudas a detonarse en mi cabeza; me temblaba la vida. Comencé a caminar con mucho miedo y me agaché para una foto donde salgo con la sonrisa más hipócrita de la historia. Todo por no saber exactamente donde estaba parado. The Ledge está construida para aguantar cuatro toneladas de presión y puede soportar hasta 10,000 libras. Estaba parado en suelo sólido pero no tenía idea de ésto. Creer está en el centro de todo corazón, solo que muchas veces no sabemos bien en lo que creemos. Abrazamos creencias que han sido pasadas por generaciones y no nos queda de otra que aceptarlas ya que es todo lo que hemos conocido. Pero, ¿por qué creer aquello que se nos ha enseñado más que por tradición? ¿Y si lo que creemos es falso? ¿Cuál es la evidencia para poder sostener la veracidad de esa creencia? Nadie quisiera sostener una falsa creencia. Muchas veces estamos parados en un suelo intelectual que aguante 400 libras de críticas pero aún así nos revolcamos en el y nos sacamos fotos como si lo fuera; y cuando llega la hora de defender la solidez de ese suelo, nos congelamos y hacemos un oso en público. Es imperativo tener claridad acerca de lo que creemos y el motivo por el cual abrazamos esa creencia, ya que esta moldeará nuestros pensamientos que eventualmente se materializan en acciones las cuales se convierten finalmente en resultados. No estar seguros de lo que creemos es, de alguna manera, dudar acerca de lo que es la realidad como tal. Esa aseguranza permitirá firmeza en tiempos donde lo que más existe son ideas que amenazan la fe sostenida por el cristiano. Un estudio realizado por Lifeway Research concluyó que el 70% de creyentes entre las edades de 18-22 años abandonaron su iglesia por lo menos un año. La mayoría de los jóvenes que crecieron dentro de una iglesia, afirman que creen lo que creen por fe. Sucede que cuando dejan de alimentar esa fe, se disipa. Comenzamos a considerar la posibilidad de otras ideas que pregonan allá afuera. La duda se convierte en un compás que apunta a todos lados menos a verificar los datos que nos tranquilizarían al saber que nuestro piso no se raja por nada. Estar seguros de nuestra epistemología permitirá preguntarles a los demás si su balcón soporta toneladas de presión. De no ser así, podremos dar razón del nuestro (1 Pedro 3:15) y así ser inmovibles en medio de tanto cristiano volátil.
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